lunes, 31 de enero de 2011

Pequeña Miss Sunshine

Al parecer, Jonathan Dayton y Valerie Faris tuvieron que recorrer muchos despachos, y ver como su guión acababa en infinidad de papeleras, antes de que alguien se decidiera a rodar la película. Gracias a la tenacidad de esta pareja, podemos disfrutar hoy de esta joya cinematográfica. Una muestra más de que las ideas son más importantes que los medios o el presupuesto a la hora de crear una buena película.

Los Hoover no son una familia del todo normal. El padre, interpretado por Greg Kinnear Mejor imposible, es un escritor fracasado que intenta a toda costa publicar su gran libro sobre el éxito. La madre, Toni Collette la boda de Muriel, es adicta a la comida basura, y tiene que hacerse cargo de su hermano, un desequilibrado Steve Carell, posiblemente en el mejor papel de toda su carrera, especialista en Proust que ha intentado suicidarse,, cortándose las venas, debido a que su amante le ha abandonado. El hijo mayor, Paúl Dano, es un adolescente cuando menos inquietante, que ha prometido no hablar hasta conseguir ingresar en una escuela de pilotos. Se comunica mediante notas escritas, y no disimula su fastidio cuando la madre le obliga a compartir habitación con su depresivo tío. Representativa de esta tensa situación es la nota que le pasa antes de dormir, en la que le dice a su tío "por favor, no te suicides esta noche". En cuanto al abuelo, Alan Arkin, que se llevó un oscar a casa por su magistral interpretación, es un irreverente vejete que esnifa cocaína, fuma porros y se dedica a preparar a su nieta, la verdadera protagonista de la cinta, la jovencísima Abigail Breslin, para un concurso de misses infantiles.
Cuando la joven recibe la llamada que la invita al concurso, toda la familia se embarca en una destartalada furgoneta amarilla para recorrer, en tres días, la distancia que les separa de California. Después de una serie de peripecias, a cual más tragicómica y surrealista, la pequeña de los Hoover consigue participar en el concurso, y mostrarle al mundo los sugerentes pasos de baile que le había enseñado el bueno de su abuelo. 
No hay forma de describir lo patético que resulta el concurso de bellezas infantiles. Se dijo alguna vez que toda la película estaba encaminada a criticar esta grotesca explotación infantil, barredora de ilusiones y creadora de muñequitas barbies de adorno. Desde el presentador hasta la coordinadora del certamen, pasando por todos y cada uno de los monstruítos que invaden el escenario del hotel en el que se celebra el certamen, destilan un tufillo de horterada y ultra perfección que contrasta enormemente con la ingenuidad, inocencia y jovialidad de la pequeña Hoover. Me parece exagerado pensar que la película no es más que eso, entre otras cosas porque el leif motiv principal de todo el film es el hecho de conseguir una familia en apariencia deshecha, surrealista y dislocada. Algo que consigue, gracias a la ilusión, que sabe contagiar a la perfección al espectador, que tiene Abigail Breslin.
El fracasado no es el que pierde, sino el que ni siquiera lo intenta. Recordemos esta buena frase del abuelo Arkin a su nieta. Gracias a eso, la joven se tira de cabeza a la piscina de un concurso que no es digno de su arte, como se puede comprobar al final de la proyección.





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